Hoy he tenido un despertar de lo más tonto, de esos que hacen que te levantes irremediablemente aunque aún tengas sueño atrasado. A la llamada de mi editor se le unió ese calor tibio que entra por la ventana de las mañanas de Junio en esta ciudad que se prepara para el calor infernal. Javier estaba con 39 de fiebre encamado hasta las orejas y toda la plantilla (incluidos la legión de becarios mal pagados) estaban enfrascados en el número especial de verano. Nos habíamos convertido en la revista de ocio y viajes digital e impresa más importante del ámbito latino, y eso había que seguir demostrándolo, no podía faltar ni un reportaje. Así que sólo quedaba yo, aprovechando un par de días de vacaciones que me debían. Tras prometerme dos días de vacaciones extra y de pedirme el reportaje de Javier para ayer, me levanté a buscar la primera taza de café de dos jornadas que serían un poco largas. Entrevistas por videollamada, confirmación de reservas, transmisión perenne de las fotos de Javier y su famélica introducción al artículo, todo desde mi portátil, que siempre que me veía llegar medio dormido y con la taza de café en la mano temía por sus teclas. “Al diablo la cena con Laura -pienso malhumorado-, quien me mandaría a mí meterme en esta empresa”. Son las 11 de la mañana y me quedan por delante algo más de 24 horas para entregar el reportaje con un mínimo de maquetación. Ah sí, se me olvidaba: estoy a 553 kilómetros del edificio de la revista y a 17.518 de la zona de la que hablo en el artículo. Esto sólo es posible en la llamada Sociedad de la Información.
Los libros dicen que surgió cuando los norteamericanos analizaron su propia economía, allá por los años 70, descubriendo que un mayor número de personas se estaban dedicando a labores relacionadas con la producción, transmisión y manejo de la información. Surge la economía globalizada, desaparecen las fronteras territoriales, y las economías de todo el mundo se hacen interdependientes. Las tecnologías evolucionan para convertirse en la herramienta fundamental de la nueva economía. Surge el WWW (World Wide Web) y posteriormente Internet, el universo paralelo hecho para y por la Información. Se dan todos los ingredientes para que todo cambie, y cambie muy deprisa, tanto como la velocidad de transmisión de datos lo permita. Surge el trabajo compartido, las conexiones en red, la flexibilidad de la deslocalización. Todo se acelera y las empresas se hacen más y más competitivas, por lo que todos tenemos que aprender a vivir en el cambio. Nuestros hijos nacen directamente en medio de un cambio sin fin. No es que la vida no sea un constante cambio, que lo es, pero esta sociedad lo ha acelerado tal en revoluciones, que es inevitable que muy pronto muchos echen la vista atrás. Y mientras todo esto pasa una vuelta de tuerca más, cualquier ciudadano tiene acceso a un productor y reproductor de fotos, de video, de audio. Todo puede ser visto, grabado y oído. Los ciudadanos comienzan ya no sólo a adquirir PCs, sino también portátiles. El número de ventanas al mundo paralelo crece por minutos, gracias al inalámbrico se abren ínsulas de acceso al mundo digital que amenazan en convertirse muy pronto en continentes. “Qué lástima –pienso mientras llevo la taza al fregadero-, hace 20 años me hubieran dejado en paz”.
Pero no es así, estás en el siglo XXI chaval. Abriendo sesión, editor de textos. Abriendo Firefox y dentro de él buscador Google. Iniciando Google Earth, Skype. Photoshop, y como no, el lector de Feeds (menos mal que invertí bien en un portátil de sobremesa potente). Quién lo iba a decir, sindicación de contenidos, tres palabras que iban a suponer una revolución más en este mundo de revoluciones informáticas. Toda la información bien ordenadita y a un clic de tu ordenador, constantemente filtrada a tu gusto. Para perder menos tiempo. Hablando de tiempo, acaba de saltar mi notificador de correo, un pequeño rectángulo que m permite visualizar los enunciados de mis email. Veinticinco mensajes en la bandeja de entrada, tres cuartos material de la revista, dos publicidad, tres suscripciones y uno de Laura, que me temo no le va a hacer mucha gracia que cancelemos la cena de los viernes. “Los encantos de la vieja colonia: Manila”. Vaya, no es por hacer leña del árbol caído pero se le ve el plumero a Don Javier con el titulito. En fin, allá él y el editor. Un viaje al sureste asiático, con destino a Manila. Por lo menos parece que van a ser unas horas divertidas. Correos a las distintas compañías de viaje para pedir más información que la que ofrecen en sus páginas web, comparativas y precios, correos a la oficina de turismo en Filipinas, a los hoteles… habrá que agudizar ese inglés latino del que hago gala. Luego media docena de llamadas y dos videollamadas, Skype me permite hacerlas desde el portátil. Sea como sea hoy como con Laura, almuerzo en mi casa, románticamente informal. Voy preparando mis famoso raviolis con media sonrisa, no se ha enfadado demasiado, va a ser que me quiere y todo. No llevo ni una línea de artículo.
Mientras el agua hierve, recuerdo las palabras de Irene, compañera de redacción, cuando en la típica cena de empresa, con varias copas de más sobre la conciencia y una tristeza crepuscular (no viene al caso pero su novia se había ido con otra), me recordó con la verdad ebria del borracho la realidad de esta Sociedad de la Información: “¿Sabes que sólo el 11% de la población tiene acceso a Internet? el 90 % de los internautas viven en los países desarrollados. Sociedad de la información… del conocimiento, bah, todo una farsa”. Estaba claro que entre el apretón de tuercas que le había dado el jefe y la decisión de su consorte (quién sabe si ambas cosas no estaban relacionadas), la pobre chica no estaba muy contenta de cómo le iban las cosas al mundo. En aquel momento prefirió abrazarla y quitarle la copa de las manos, que empezaba a balancearse a causa de la convulsión del llanto. Pero ahora habían vuelto aquellas palabras a su cabeza, palabras que tal y como comprobó, eran ciertas. La Sociedad de la Información era menos concebible en Kenia, Somalia o la misma Filipinas. Diablos, como iban a estar alfabetizados informacionalmente, como iban a sabe manejarse por la red, si no tenían con qué calzarse. Este estúpido texto que tenía que entregar “para ayer” no era más que un artículo destinado a una, varias o miles de parejas que deseaban gastar sus pequeños ahorros de todo un año viajando a algún lugar lo suficientemente exótico donde nada se pareciera a este mundo nuestro de cambio continuo. “Aquí no ha llegado aún la red de redes”, declararan algunos rótulos dentro de poco. La Sociedad de la Información que se mira el ombligo. Bueno, el lector de feeds, ese eficiente guardián de la información escupe una esperanza: “Laptops por 100 dólares para los países desarrollados: el camino al crecimiento desde la educación”. Llaman a la puerta, seguro que es Laura. Quién sabe, puede que algún día todo cambie. Y tras recordar qué es lo que realmente daba sentido a todo con un beso suyo, empecé a servir los raviolis de queso con pera.
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